A la Comisión de Negocios Constitucionales
El 29 de agosto de 1883, mientras
se debatía en Diputados el presupuesto de Culto –con innumerables cuestionamientos
de uno y otro lado–, llegó la nota del Senado, del día anterior, con el rechazo
de “las modificaciones introducidas por la Cámara al proyecto de ley,
sobre educación común, del 8 de octubre de 1881 que fue pasado en revisión”
a Diputados. Quedó por tanto planteado el conflicto entre cámaras: cuál era la
revisora y cuál, la originaria. Se produjo un larguísimo debate en el que los
clericales, por supuesto, querían que estudiara el tema la comisión de
Instrucción Pública (integrada en su mayoría por clericales) y los liberales,
la de Negocios Constitucionales. Los liberales ganaron la partida, pero los
católicos quedaron felices: entendían que un conflicto entre Diputados y el
Senado podía llevar años en resolverse.
Lo sabían los genuinos liberales
del Club Liberal, que, desde la misma
noche en la que el Senado rechazó el proyecto, venían preparando una enorme
manifestación en apoyo de la ley de enseñanza laica.
¿Qué le pasó a Sarmiento?
La gran manifestación liberal,
del 16 de septiembre, fue multitudinaria y a la vez exótica, la contratara de
la manifestación de las damas de la alta sociedad en el Senado.
Por primera vez, el pueblo
inmigrante se había involucrado en un asunto político local. Asustaba. Tal vez
por eso el desprecio del venerable Sarmiento, que amaba la inmigración, pero no
a los hombres de carne y hueso que la componían. Veamos.
La idea del Club Liberal era hacer un gran desfile que partiría de Plaza Lorea
y avanzaría por las calles principales, pasando por el Congreso y por la Casa Rosada rumbo al
Paseo de Julio, y hasta el monumento a Giuseppe Mazzini, donde se pronunciarían
los discursos. Se anunciaron invitaciones a todo el mundo: asociaciones,
clubes, logias, institutos, facultades, colegios, prensa periódica, sociedades
nacionales y extranjeras. Entre estas, se cursó una a Sarmiento, en su carácter
de Gran Maestre de la
Masonería, para que la hiciera extensiva a todas las logias. Y
Sarmiento rehusó el convite sin demasiada explicación, lo que provocó una grave
agitación dentro de las filas masónicas. Lo que menos le gustó al sanjuanino
fue que su nombre apareciera en los diarios como Gran Maestre de una sociedad
tal vez no secreta, pero sí discreta.
Después de una serie de reuniones
secretas y no tan secretas, Otto E. Recke, secretario general de la Masonería Argentina,
contestó formalmente que por estatutos las logias no podían tomar parte en
cuestiones religiosas o políticas, aunque sí lo podían hacer sus miembros en
carácter particular.
La crisis masónica contagió a
otras entidades, que también rechazaron la invitación como institución: el
Círculo Médico y la Bolsa
de Comercio. De cualquier manera, la manifestación, que por estos hechos debió
aplazarse una semana, contó con la adhesión de decenas de logias, nacionales y
extranjeras, como la de Amigos de
Náufragos, Comité Masónico Directivo
Italiano al Río de la Plata,
La Cruz del
Sur, Estrella del Oriente, Estela del Sur, Hijos de Italia, Egalité e
Humanité, Moralidad, etc. También
adhirieron los estudiantes de derecho, medicina e ingeniería, los estudiantes
del Colegio Nacional, las asociaciones La France,
Unione e Benevolenza, Centro Gallego, La Aurora,
Unión de la Boca, Unión Suiza, La
Defensa, Stella de
Italia, Nacionale Italiana, Monterosso al Mare, Sociedad Filantrópica de los Sastres, Armonía de La Boca,
Sociedad Tipográfica Bonaerense, Sociedad del Carmen, Sociedad de los 100, Sociedad España, Centro Republicano, Italia,
Patria Laboro, La
Defensa, Circolo
Mazzoni, Alianza Republicana, Centro de Cigarreros, Liberali Tesinesi, Stella del Sur, Sociedad
Cosmopolita, Estrella de Roma, Reduci dalli Patria Bataglie, Associazione Industriale Italiana, la
unión de operarios italianos, las sociedades de Amigos de la
Educación Popular de Montevideo, una docena de sociedades
de socorros mutuos y sociedades agrarias del interior de la provincia de Buenos
Aires, a más de otras de diversas provincias.
El resultado fue una imponente
marcha que, a pedido de los organizadores, no tuvo gritos, sino sólo palmeteo
de manos y estandartes con grandes letras, explicando el motivo de la
manifestación.
La masonería esperó un par de
semanas para resolver sus problemas internos: Sarmiento fue reemplazado en el
elevado cargo de Gran Maestre por Leandro N. Alem.
Córdoba, la ultramontana.
Así fue concluyendo el año 1883, que
tuvo mucha lucha y poco resultado concreto. A la enorme victoria de la ley de
enseñanza en Diputados, siguió su vergonzosa derrota en el Senado. A la
pacífica aprobación del proyecto de ley de Registro Civil en el Senado, siguió
la inercia en Diputados, que no lo incluyó en sus sesiones de prórroga. Ambos
proyectos deberían esperar a 1884.
A partir de abril de ese año, comenzó
un semestre político de intensa lucha política y político-religiosa, que se
inició en Córdoba. No es mi intención ocuparme aquí de los hechos ocurridos en
Córdoba, ni las respuestas del Gobierno Nacional, salvo en lo que se relaciona
con la educación primaria.
Aunque la resistencia clerical cordobesa
ya venía gestándose desde que se supo que se establecería allí una Escuela
Normal con maestras protestantes, la crisis comenzó a hacer eclosión cuando el
joven Ramón Cárcano presentó su tesis de derecho en la vieja universidad: De los hijos adulterinos, incestuosos y
sacrílegos. Antes que el nuevo abogado diera su examen final el 14 de
abril, la tesis salió del ámbito académico para meterse en el púlpito –un
canónigo la tachó de atea e impía–, y en el obispado.
El Vicario Capitular monseñor
Gerónimo Clara, a cargo del obispado vacante, indignado por la tesis, la
próxima apertura de la
Escuela Normal y las publicaciones de la prensa liberal de la
ciudad, elaboró una extensa carta
pastoral dirigida al clero y a los fieles de su diócesis, que ordenó leer el
domingo 27 de abril en la misa mayor de la Catedral, y fijar en las puertas de todas las
iglesias.
Respecto de la Escuela Normal la
pastoral decía que siendo las maestras protestantes, la escuela sería
protestante, y por lo tanto recordaba a los padres católicos que no podían
mandar sus hijas a esa escuela. Abundaba en citas canónicas, como esta circular,
aprobada por León XIII: “Se hacen reos de
enormísimos pecados los padres y madres que verdaderamente crueles para con las
almas de sus hijos, les envían a las escuelas protestantes; y aun mucho peor,
si les obligan a acudir a ellas”. Declaraba terminantemente que si la nueva
Escuela Normal, dirigida por maestras protestantes, abría sus puertas, a “ningún padre católico es lícito enviar sus
hijas a semejante Escuela”, y los exhortaba vehementemente a “cumplir la gravísima obligación que por las
leyes naturales y divinas les incumbe educarlas e instruirlas en las
celestiales verdades del Catolicismo, cuya fuerza sobrenatural rehabilitó y
dignificó maravillosamente a la mujer, que vivía en la más abyecta condición en
el seno del paganismo, y la elevó a la excelsa grandeza de que goza en las
sociedades cristianas, de cuya altura ha decaído muy notablemente en los
pueblos protestantes”. Además, vindicaba “el inalienable derecho de la Iglesia para intervenir en la educación de la
juventud y en el régimen de los establecimientos de pública enseñanza”.
El gobernador de Córdoba mandó la
pastoral al ministro Wilde para que adoptara las medidas que juzgara
conveniente. Después de una serie de notas, dictámenes, gestiones de Roca para
calmar ánimos, etc., etc., se destituyó a un grupo de profesores universitarios
de Córdoba que había apoyado la pastoral, y el 6 de junio se firmó un decreto
destituyendo al vicario Clara.
El conflicto cordobés volvió a
encender las hogueras en Buenos Aires, y, especialmente, en el Senado Nacional,
donde el 7 de junio Manuel D. Pizarro, flamante senador, exclamaba
descompuesto: “La situación de la República es grave… muy
grave!/ Que cada cual cumpla su deber en la medida de sus fuerzas morales!/ Yo
cumplo el mío como entiendo y puedo!/ La situación de la República, repito, es
grave, muy grave, señor presidente: sus caminos son desconocidos, su porvenir
oscuro!...”. Más grave aún le pareció la situación de la República cuando el
Gobierno destituyó a José Manuel Estrada de su cátedra de derecho
constitucional y administrativo de la Universidad de Buenos Aires (Estrada había dicho y
escrito que cuando el Estado se levanta a pisotear los derechos sacrosantos de la Iglesia, los católicos
están por Dios y no por el César), y cuando el Poder Ejecutivo protestó las
bulas del Papa que afectaban nuestro derecho de Patronato, y exigió al flamante
obispo cordobés, Tissera, un juramento republicano.
Para peor, el Partido Autonomista
Nacional, que sostenía a Roca, se dividió entre roquistas y rochistas. La
división produjo la pérdida de varias espadas laicas y el cambio de frente de varios periódicos, como El Diario o El Nacional.
Memoria sobre educación.
Entre tanto, Eduardo Wilde
preparó la memoria anual de su triple ministerio, que ocupó trescientas páginas
de un libro impreso, más otras quinientas de anexos. La memoria de Culto fue el
documento más importante que emitió un gobierno argentino en esa materia, preparando
la definitiva reglamentación de las relaciones de Estado e Iglesia. No viene al caso analizarla, como tampoco la
de Justicia, ni la de instrucción secundaria y universitaria.
La Memoria relativa a
Educación primaria se inicia con una defensa del trípode que sirve de base a la
legislación sobre instrucción popular: instrucción obligatoria, gratuita y
laica. Sostenía que el Estado es el único que puede llenar semejante programa
porque es el único que puede sancionar a quien no cumple con la obligatoriedad,
el único que tiene medios eficientes para proveer la gratuidad. Finalmente,
como toda educación obligatoria y gratuita es, forzosamente, uniforme y
universal, debe ser al mismo tiempo laica, “porque
todo carácter confesional determina exclusiones”. El ministro era conciente
de los problemas que, según algunos autores de la época (Herbert Spencer, entre
otros), generaba la instrucción popular obligatoria y si bien no los negaba,
hacía hincapié en sus ventajas: “La
instrucción general eleva el nivel moral de las masas; es decir, eleva la Nación. El individuo
instruido tiene su capital en sí mismo; capital que, salvo excepciones, escapa
a las causas generales de destrucción. Todo conocimiento, como toda profesión,
es un punto de apoyo, un espaldar en la vida con cuya ayuda, el que lo posee se
sustrae a las contingencias de la desgracia; es una forma de la independencia,
la más segura, la menos expuesta a ser perdida. La instrucción da al hombre una
conciencia más neta de su personalidad y de sus deberes y habilitándolo para
muchas funciones, no le quita esencialmente la aptitud para aquellas que no
reclaman más que la aplicación de las fuerzas físicas dirigidas por la
inteligencia general y sin disciplina. (…) Ella moraliza en general, porque
dando al hombre una idea razonada de su dignidad le muestra bajo aspectos
odiosos la contravención y el crimen. Ella desarrolla los sentimientos de pudor
y de altruismo y modera las pasiones animales. Saca al hombre de la soledad
individual y despliega ante sus sentidos el espectáculo del mundo oculto en sus
detalles para el ignorante. (…) Ella nos saca del estado salvaje y primitivo en
que todos venimos a la tierra y nos entrega como elemento fecundo a la
sociedad; forma, crea resortes nuevos porque desarrolla aptitudes para conocer
las cosas…”. Más adelante, al explicar por qué entendía que la educación es
fuente de todos los progresos sociales, planteaba la utilidad de la educación para producir bienes y servicios, y se
demoraba en loas a la industria y al progreso.
Luego diferenciaba la palabra instrucción, que se refiere a la
preparación intelectual, de educación,
que se refiere a la formación del carácter, y corresponde más especialmente a
la familia. Señalaba que entre los elementos de modelación de carácter se
encuentran los principios religiosos y ellos constituyen un campo peligroso
para la acción del Estado, porque el Estado no es juez ni árbitro para decidir
cuáles principios religiosos son los mejores, y aun cuando pudiera elegirlos no
puede imponerlos porque su población es cosmopolita. Sólo puede imponer los
principios de moral universal.
Repetía conceptos de su discurso
en la Cámara
de Diputados, y transcribía un discurso que acababa de dar Roca al inaugurar
nuevas escuelas en la Capital, y que terminaba diciendo: “¿Cómo podríamos aspirar al mejoramiento de nuestras instituciones,
realizar el ideal del progreso y gobernarnos con sabiduría si no acudimos todos
con patriótico anhelo a educar las multitudes ignorantes, poniéndolas en
aptitud de tomar la parte que les corresponde en la dirección de los negocios
públicos con la conciencia de lo que hacen?”. Uno de los puntos más
interesantes de este discurso se refería a la problemática que surgía de la
creciente inmigración: “es necesario
tomar serias precauciones para amalgamar esos elementos extraños, y
argentinizar los vástagos que los viejos troncos han de producir, en teatro más
amplio, más vasto y más libre, so pena de vernos expuestos a perder nuestra
índole y carácter como Nación, que es el nervio del poder y de la grandeza de
los pueblos”. Para esto no había otro medio que la escuela, bien
organizada, bien dirigida y bien provista, al alcance de todo el mundo, “rodeada de prestigio y querida por todos
los gremios de la comunidad”.
En la parte específica de su
Memoria, el ministro daba cuenta, entre otros temas, de la inauguración
reciente de catorce edificios para escuelas, destacando que eran las primeras
de una larga lista de escuelas proyectadas, aquí y en el Interior; del Censo
Escolar de la República,
que todavía mostraba un buen porcentaje de analfabetismo, “lo que será en todo tiempo una mancha en el cuadro seductor de
nuestros progresos”, pero que demostraba también que la Argentina era el país
latinoamericano más adelantado en materia de educación. Insistía en la
necesidad de construir en todo el país
buenos edificios de escuelas, cómodos, apropiados e higiénicos, y destacaba los
ejemplos de la provincia de Buenos Aires, que con planos sencillos y a costo
relativamente bajo, construiría 42 escuelas con el auxilio de la Nación, y de La Rioja, una de las provincias
más pobres, que edificaría, también ayudada por el Estado Nacional, escuelas en
todos sus pueblos de cabecera.
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