Durante la pasada campaña electoral que precedió al
ballotaje, recordé los episodios ocurridos en 1874, en la campaña electoral que
terminó con Avellaneda presidente electo y luego generó la Revolución mitrista
de 1874.
Tanto durante la campaña como en los meses que precedieron a
la jura del presidente electo, se usó y abusó del relato y de una tenaz y
fantasiosa propaganda de miedo.
Los mitristas –cuya voz era La Nación- decían que su candidatura
era ridícula y vergonzosa, que si ganaba se demostraría que “la mayoría del país
ha perdido el sentido común”; que la única fuerza electoral del tucumano era
“un ejército de maestros famélicos”, de canónigos gordos y de descamisados
venidos del interior; que no podría gobernar si no era con represión.
Cuando finalmente fue elegido, los mitristas comenzaron a tramar
una Revolución, en nombre de un supuesto fraude (hubo, como siempre, fraude en
ambos bandos), y para conseguir el apoyo popular siguieron con la campaña del
miedo. La tensión que se vivía en Buenos Aires y las disparatadas versiones que
corrían llevaron a Eduardo Wilde a escribir, en agosto de 1874, dos excelentes
artículos periodísticos, que la posteridad catalogaría, simplemente, como
cuentos humorísticos: El Chocolate Perón
(Pirron) es el mejor chocolate y El Poder de la Imaginación. Uno habla
del relato, el otro, del miedo.
En el primero presenta la historia, apócrifa, de un
chocolatero francés que, no teniendo medios para publicitar su producto de
pobrísima calidad, redujo sus anuncios a esa sola frase contundente, publicada
durante años en los periódicos: “El Chocolate Perón es el mejor chocolate”. Y
cuenta: “Todos los habitantes de París primero, los de Francia después y los
lectores de los diarios franceses de todo el mundo, leyeron durante años el
magistral anuncio, y como los hombres tienen mucho de monos, verdad que se ha
reconocido mucho antes que Darwin demostrara nuestro parentesco con esos
animales, todos a una leían y repetían: el chocolate Perón es el mejor
chocolate. Sea que fuera la costumbre de oír y repetir la mencionada
afirmación, sea que alguien la tomara como verdad admitida, desde el primer
momento, lo cierto es que por esa especialidad del género humano que consiste
en hacer verdad de lo que no es a fuerza de repetirlo, llegó un día en que
todos se convencieron de que, en efecto, el chocolate Perón era el mejor
chocolate. El anuncio sin contradicción había hecho su efecto; la casa de Perón
era un verdadero jubileo y el mencionado Perón, expedía por precios fabulosos
una infame mercancía”. Así, el chocolate del francés se fue expandiendo por el
mundo entero, hubo falsificadores y aun los que hacían un chocolate mucho mejor
que el de Perón, “se vieron obligados a poner el rótulo francés a su chocolate,
pues no tomando nadie sino chocolate de Perón, se exponían a quebrar si se
obstinaban en vender otro chocolate”. Por supuesto, el artículo terminaba con
una reflexión sobre la última campaña electoral en que un partido repitió todos
los días durante un año: “El partido del general Mitre es el partido de los
principios”.
Como la frase repetida de los mitristas no surtió el efecto
buscado, dice, intentaron otra durante muchos días: “Hemos triunfado en las
elecciones de febrero”. Y como tampoco fue exitosa, ahora repetían
incansablemente: “No hay libertad de sufragio. Los gobiernos actuales son
gobiernos de hecho. Es necesario que la moral y la opinión derroque esos
gobiernos”. Perón no demostró lo que afirmaba su anuncio, pues sabía
perfectamente que “lo menos que necesitaban los partidarios del chocolate era
demostraciones de que el suyo era el mejor”. Tampoco los mitristas, que
“cuentan con la facilidad con que cierta parte del pueblo acoge las
afirmaciones sin fundamento y repiten: el chocolate mitrista es el mejor
chocolate, confiando con que a fuerza de repetirlo ellos, todos han de llegar a
creerle”.
Por esas curiosidades que tiene la historia argentina, y
Wilde mismo, el artículo apareció como El chocolate Pirron es el mejor
chocolate, pero cuatro años después, al reproducirlo en un libro, Wilde cambió
el apellido del chocolatero embustero por Perón. El único Perón que él conocía
era su amigo Tomás, el médico, que sería abuelo de Juan Domingo Perón.
En El Poder de la Imaginación , relata un drama in crecendo
de una aldeana española de gran imaginación, cuyo hijo de diez años se ha
comido un bollo de pan sin su autorización. La mujer, tomando una actitud
trágica, comienza reprendiéndolo: “¿Sabes lo que has hecho?, has cometido un
robo, insignificante, es verdad, pero así se comienza; has cometido un robo y
quizás ignoras que este crimen es penado severamente por las leyes de España”.
Poco a poco, la mujer se va dando cuerda, mientras el chico la mira abriendo
tamaños ojos. “¡Un robo, un robo a tu edad! (…). Hoy es un bollo que tomas de
la alacena, aunque sea en tu propia casa: mañana será una gallina que tomarás
en corral ajeno; tendrás que saltar las paredes; te perseguirán como a un
ladrón; si te alcanzan te llevarán preso; si consigues escaparte te sentirás
alentado para proseguir tu carrera del crimen; ya no te contentarás con robar
pequeños objetos; te volverás ambicioso; querrás fortuna e irás a buscarla en
las casas de los ricos y como en las casas de los ricos no se entra sin
dificultad, tendrás que buscar el amparo de las sombras de la noche, para
forzar las puertas y perpetrar tu crimen. Si hay quien se oponga a tus pasos,
añadirás el asesinato al robo; el puñal de que irás armado se clavará en el
pecho de tus semejantes indefensos; serás un asesino; un asesino ladrón; caerás
en manos de la justicia; te meterán en un calabozo, allí te iré a ver, no me
dejarán hablarte, lloraré en la puerta noche y día y cuando te saquen para
ahorcarte en la plaza pública, yo correré como una loca por esas calles,
gritando: matan a mi hijo, y te veré subir al patíbulo y asistiré a tu agonía y
a tu muerte, con el corazón destrozado; los hombres malos dejarán tu cadáver
tirado en el suelo y yo tendré que ir a pedir por caridad que te entierren y el
cura no querrá dar licencia para que te entierren en sagrado, porque serás el
cadáver de un ajusticiado y yo tendré que llorar, que suplicar y que
desesperarme y nadie me hará caso y mi hijo será enterrado como un perro, fuera
del cementerio… ¡Ay!, mi hijo querido, hijo de mi corazón, que ni en sagrado me
lo quieren enterrar… Voy ahora mismo, voy que vuelo a casa del cura, a pedir
por la virgen, por lo que más quiera en este mundo, que me de una licencia para
sepultar al hijo de mis entrañas al lado de su padre”. Y así, diciendo y
haciendo, salió despavorida y angustiada en busca del cura para que le
permitiera sepultar al hijo en sagrado, por haberse comido un bollo de pan.
Wilde comparaba este caso con el accionar diario de la
prensa mitrista, que tomaba un hecho, lo bordaba, lo comentaba, lo revolvía y
lo desfiguraba tanto que terminaba en las exageración más sorprendente. A
veces, ni el bollo existía. Y aplicando cuento sobre cuento, decía que la
prensa mitrista imaginaba que el futuro gobierno de Avellaneda castigaría a
“los rebeldes”, es decir a los opositores, y como no podría castigarlos por sí
solo porque no tenía fuerza en Buenos Aires, se apoyaría en sus aliados
alsinistas, quienes tratarían de absorberlo y lo absorberían: “¿Cómo hará para
tiranizar? Entregará el ministerio a su aliado, en cambio este le ayudará a
oprimir al pueblo, se declarará en estado de sitio la provincia, la prensa será
amordazada, las cárceles serán llenadas con los ciudadanos libres, las
provincias humillarán a Buenos Aires, la reacción se viene encima! ¡Rosas! ¡la
tiranía! ¡los bárbaros! ¡a las armas! ¡alerta el pueblo! ¡la república y la
democracia están en peligro!, el estado de sitio, la montonera, el odio a
Buenos Aires; todo está amontonado en las nubes que van a descargarse sobre
nosotros! ¡adiós patria!”. Wilde concluye su artículo diciendo: “No falta más
que añadir: Voy que vuelo en busca de la licencia del cura, para enterrar a mi
hijo en sagrado”.
Así fue como los mitristas
gestaron esa absurda revolución que finalmente se inició a fines de septiembre
de 1874, con Mitre a la cabeza.
Fue una
revolución tan caprichosa como ilegítima, que de triunfar, habría atrasado los
relojes en veinte años Baste decir que todo fue sucediendo en el campo mientras
en la ciudad tensa, custodiada por la Guardia Nacional,
Avellaneda juraba el 12 de octubre en el Congreso y Sarmiento, en la casa de
gobierno, le entregaba el mando, diciéndole: “Sois el primer presidente que no sabe disparar una pistola, y entonces
habéis debido incurrir en el desprecio soberano de los que han manejado armas
para elevarse con ellas y hacerse los árbitros del destino de la patria…”.
Dos meses y medio duró la
contienda, con varios éxitos de los mitristas en un principio, y dos batallas
definitorias: la del 26 de noviembre en La Verde,
donde los leales, comandados por José Inocencio Arias, vencieron en la
provincia de Buenos Aires a una fuerza varias veces superior comandada por
Mitre, dejando un campo inútilmente cubierto de cadáveres y al jefe opositor
rendido, y la del 7 de diciembre en Santa Rosa, Mendoza, donde el coronel Julio
Roca venció al general Arredondo.
Extractos de Eduado
Wilde, una historia argentina…
No hay comentarios:
Publicar un comentario