Quiero recordar el Día del Periodista
con dos textos apropiados para estos momentos de coronavirus, relatos, miedos e
infectaduras.
Eduardo Wilde fue, entre
tantas otras cosas, un reconocido periodista que se inició como cronista en La Nación cuando todavía no era de Mitre
(aunque sí, bien mitrista), luego brilló en El
Mosquito, y más tarde escribió en numerosos periódicos.
En 1874 dirigía el diario La República.
Eran tiempos de elecciones
entre una formula mitrista y otra encabezada por Nicolás Avellaneda, a quien el
porteñismo despreciaba por provinciano y pobretón, a pesar de haber sido el
excelente ministro de educación de Sarmiento.
En
abril de ese año,la fórmula Avellaneda-Acosta obtuvo amplia mayoría. Faltaban
dos meses para que se reunieran los colegios electorales y seis para que
Avellaneda asumiera la primera magistratura, pero nada sería fácil para este
tucumano de 37 años. Mientras en el interior y en el exterior de su casa los
suyos lo vivaban y festejaban, en la vereda de la casa de Mitre sus partidarios
comenzaban a gritar ¡Revolución,
revolución!, en nombre de un supuestofraude (hubo, como siempre, fraude en
ambos bandos). Y más revolución pidieron cuando se aprobaron los diplomas de
los diputados electos, y más aún cuando los colegios electorales votaron de
acuerdo con lo previsto.
Bartolomé
Mitre, entonces, aceptó ponerse al frente de la revolución para luchar contra
la “falsificación descarada en las
elecciones”, pero pidió a sus huestes que esperaran hasta que se cumpliera
el mandato constitucional de
Sarmiento.
En
agosto, cuando las cámaras declararon a Avellaneda presidente electo,
la
sedición que se preparaba ya era vox
pópuli.
La
tenaz y fantasiosa propaganda de la prensa mitrista durante la campaña, más la
tensión que ahora se vivía en la ciudad y las disparatadas versiones que
corrían, llevaron a Eduardo Wilde a escribir en el diario La Repúblicados excelentes artículos periodísticos, que aparecieron
en ese mes de agosto y que la posteridad catalogaría, simplemente, como cuentos
humorísticos: El Chocolate Perón (Pirron)
es el mejor chocolate, y El Poder de
la Imaginación.
En
el primero presenta la historia, apócrifa, de un chocolatero francés que, no
teniendo medios para publicitar su producto de pobrísima calidad, redujo sus
anuncios a esa sola frase contundente, publicada durante años en los periódicos:
“ElChocolate Perón es el mejor chocolate”.
Y cuenta: “Todos los habitantes de París
primero, los de Francia después y los lectores de los diarios franceses de todo
el mundo, leyeron durante años el magistral anuncio, y como los hombres tienen
mucho de monos, verdad que se ha reconocido mucho antes que Darwin demostrara
nuestro parentesco con esos animales, todos a una leían y repetían: el
chocolate Perón es el mejor chocolate. Sea que fuera la costumbre de oír y
repetir la mencionada afirmación, sea que alguien la tomara como verdad
admitida, desde el primer momento, lo cierto es que por esa especialidad del
género humano que consiste en hacer verdad de lo que no es a fuerza de
repetirlo, llegó un día en que todos se convencieron de que, en efecto, el
chocolate Perón era el mejor chocolate. El anuncio sin contradicción había
hecho su efecto; la casa de Perón era un verdadero jubileo y el mencionado
Perón, expedía por precios fabulosos una infame mercancía”. Así, dice
Wilde, el chocolate del francés se fue expandiendo por el mundo entero, hubo
falsificadores y aun los que hacían un chocolate mucho mejor que el de Perón, “se vieron obligados a poner el rótulo
francés a su chocolate, pues no tomando nadie sino chocolate de Perón, se
exponían a quebrar si se obstinaban en vender otro chocolate”. Por
supuesto, el artículo terminaba con una reflexión sobre la última campaña
electoral en que un partido repitió todos los días durante un año “El partido del general Mitre es el partido
de los principios”, pero nadie le creyó porque ya se tenía la experiencia
del éxito del chocolate Perón, “éxito que
dependió de que tomando el anuncio como muy inocente, los demás chocolateros
acreditados no creyeron necesario desmentirlo”.
Como
la frase repetida de los mitristas no surtió el efecto buscado, dice, comenzaron
a repetir incansablemente: “No hay
libertad de sufragio. Los gobiernos actuales son gobiernos de hecho. Es
necesario que la moral y la opinión derroque esos gobiernos”.
Perón
no demostró lo que afirmaba su anuncio, pues sabía perfectamente que “lo menos que necesitaban los partidarios
del chocolate era demostraciones de que el suyo era el mejor”. Tampoco los
mitristas, que “cuentan con la facilidad
con que cierta parte del pueblo acoge las afirmaciones sin fundamento y
repiten: el chocolate mitrista es el mejor chocolate, confiando con que a
fuerza de repetirlo ellos, todos han de llegar a creerle”.
Por
esas curiosidades que tiene la historia argentina, y Wilde mismo, el artículo
apareció como El chocolate Pirron es el
mejor chocolate, pero cuatro años después, al reproducirlo en un libro,
cambió el apellido del chocolatero embustero por Perón. El único Perón que él conocía era su amigo Tomás, el médico,
que sería abuelo de Juan Domingo Perón.
En
El Poder de la Imaginación, relata un
drama in crescendo de una aldeana
española de gran imaginación, cuyo hijo de diez años ha sacado de la alacena un
bollo de pan sin su autorización. La mujer, tomando una actitud trágica,
comienza reprendiéndolo: “¿Sabes lo que has
hecho?, has cometido un robo, insignificante, es verdad, pero así se comienza;
has cometido un robo y quizás ignoras que este crimen es penado severamente por
las leyes de España”. Poco a poco, la mujer se va dando cuerda, mientras el
chico la mira abriendo tamaños ojos. “¡Un
robo, un robo a tu edad! (…). Hoy es un bollo que tomas de la alacena, aunque
sea en tu propia casa: mañana será una gallina que tomarás en corral ajeno;
tendrás que saltar las paredes; te perseguirán como a un ladrón; si te alcanzan
te llevarán preso; si consigues escaparte te sentirás alentado para proseguir
tu carrera del crimen; ya no te contentarás con robar pequeños objetos; te
volverás ambicioso; querrás fortuna e irás a buscarla en las casas de los ricos
y como en las casas de los ricos no se entra sin dificultad, tendrás que buscar
el amparo de las sombras de la noche, para forzar las puertas y perpetrar tu
crimen. Si hay quien se oponga a tus pasos, añadirás el asesinato al robo; el
puñal de que irás armado se clavará en el pecho de tus semejantes indefensos;
serás un asesino; un asesino ladrón; caerás en manos de la justicia; te meterán
en un calabozo, allí te iré a ver, no me dejarán hablarte, lloraré en la puerta
noche y día y cuando te saquen para ahorcarte en la plaza pública, yo correré
como una loca por esas calles, gritando: matan a mi hijo, y te veré subir al
patíbulo y asistiré a tu agonía y a tu muerte, con el corazón destrozado; los
hombres malos dejarán tu cadáver tirado en el suelo y yo tendré que ir a pedir
por caridad que te entierren y el cura no querrá dar licencia para que te
entierren en sagrado, porque serás el cadáver de un ajusticiado y yo tendré que
llorar, que suplicar y que desesperarme y nadie me hará caso y mi hijo será
enterrado como un perro, fuera del cementerio… ¡Ay!, mi hijo querido, hijo de
mi corazón, que ni en sagrado me lo quieren enterrar… Voy ahora mismo, voy que
vuelo a casa del cura, a pedir por la virgen, por lo que más quiera en este
mundo, que me dé una licencia para sepultar al hijo de mis entrañas al lado de
su padre”. Y así, diciendo y haciendo, salió despavorida y angustiada en
busca del cura para que le permitiera sepultar al hijo en sagrado, por haberse
comido un bollo de pan.
Wilde
compara este caso con el accionar diario de la prensa, que toma un hecho, lo
borda, lo comenta, lo revuelve y lo desfigura tanto que cuando el lector se
quiere acordar, de agregado en agregado, de trasformación en transformación, se
encuentra en la cima de las exageraciones más sorprendentes. A veces, ni el
bollo existe. Y aplicando cuento sobre cuento a ese momento, dice que la prensa
mitrista “imagina” que el futuro
gobierno de Avellaneda castigará a “los
rebeldes”, es decir a los opositores, y como no podrá castigarlos por sí
solo porque no tiene fuerza en Buenos Aires, se apoyará en sus aliados
alsinistas, quienes tratarán de absorberlo y lo absorberán: “¿Cómo hará para tiranizar? Entregará el
ministerio a su aliado, en cambio este le ayudará a oprimir al pueblo, se
declarará en estado de sitio la provincia, la prensa será amordazada, las
cárceles serán llenadas con los ciudadanos libres, las provincias humillarán a
Buenos Aires, la reacción se viene encima! ¡Rosas! ¡la tiranía! ¡los bárbaros!
¡a las armas! ¡alerta el pueblo! ¡la república y la democracia están en
peligro!, el estado de sitio, la montonera, el odio a Buenos Aires; todo está
amontonado en las nubes que van a descargarse sobre nosotros! ¡adiós patria!”.
Wilde concluye su artículo diciendo: “No
falta más que añadir: Voy que vuelo en busca de la licencia del cura, para
enterrar a mi hijo en sagrado”.
Así
fue como los mitristas gestaron esa absurda revolución que finalmente se inició
a fines de septiembre de 1874, con Mitre a la cabeza.
La
contienda, que finalmente fue vencida con un enorme costo de vidas y recursos,
duró más de dos meses en la ciudad y en el campo.
El
12 de octubre, en medio de la revolución, Sarmiento le
entregaba el mando a Nicolás Avellaneda, diciéndole: “Sois el primer presidente que no sabe disparar una pistola, y entonces
habéis debido incurrir en el desprecio soberano de los que han manejado armas
para elevarse con ellas y hacerse los árbitros del destino de la patria…”.
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